
¿Tiene alguna relación la expresividad de género masculina con el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares en los hombres? Esa fue la pregunta que se hizo un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago en un nuevo estudio científico publicado en Jama Network a finales de 2024.
Algunas narrativas, normas, valores y expectativas para transmitir la identidad de género masculina moldean los comportamientos, preferencias y creencias de niños y hombres. Estas presiones, dicen los autores en su artículo, con frecuencia alientan demostraciones de autosuficiencia, control emocional y fortaleza, mientras que desalientan la búsqueda de ayuda, la vulnerabilidad o la debilidad. Esto es importante porque cada vez hay más evidencia de que todas estas cosas pueden estar vinculadas con algunos comportamientos en salud.
“Es bien sabido que el género masculino y el sexo masculino están asociados con una menor búsqueda de ayuda para una variedad de problemas de salud, especialmente la salud mental y la atención primaria. Pero los estudios anteriores no han investigado más a fondo los procesos sociales a través de los cuales el género masculino se crea de manera iterativa a través de una interacción entre el individuo y su entorno”, dijo Nathaniel Glasser, MD, internista general y pediatra en UChicago Medicine y autor principal del artículo para su Universidad. “Utilizamos técnicas de medición innovadoras para observar la construcción del género masculino y cómo se asocia con la prevención de enfermedades cardiovasculares”.
Para responder a la pregunta, la investigación utilizó datos de las olas I (1994-1995), IV (2008-2009) y V (2016-2018) de Add Health. Add Health es un estudio nacional de salud y comportamiento juvenil en los Estados Unidos. Los participantes fueron adolescentes (de 12 a 18 años) en la ola I, adultos más jóvenes (de 24 a 32 años) en la ola IV y adultos (de 32 a 42 años) en la ola V. Los científicos pudieron así seguir la evolución de los participantes a lo largo de varias décadas y observar cómo la identidad de género, medida como MGE (Medida de Género Expresado), influía en el desarrollo de estas enfermedades.
Para cuantificar la llamada Medida de Género Expresado (MGE), se utilizó una herramienta desarrollada a partir de los datos recopilados de la encuesta Add Health. Esta medida se basa en las respuestas de los participantes a una serie de preguntas, que se formularon de manera diferente para hombres y mujeres.
Los investigadores analizaron cómo los participantes respondían a estos ítems de la encuesta, enfocándose en aquellos en los que las diferencias entre géneros eran más pronunciadas. Analizaron entonces cómo los hombres que participaron del estudio respondían a estas preguntas y cómo esas respuestas cambiaban con el tiempo. Luego, estandarizaron las respuestas para comparar los resultados de diferentes momentos, como en la adolescencia y la adultez temprana. Esto les permitió estudiar cómo la expresión de género podría cambiar con el tiempo y si eso tenía relación con la salud, especialmente con enfermedades cardiovasculares.
“Cuando hablamos de expresión de género, no analizamos nada fisiológico que pueda verse afectado por el cromosoma Y”, señaló en detalle Glasser. “Nos centramos exclusivamente en las conductas, preferencias y creencias que los propios participantes manifiestan, y en el grado en que estas conductas y actitudes se parecen a las de sus pares del mismo sexo”. En total, se incluyeron en el estudio 4.230 participantes masculinos. Su edad media fue de 16 años en la adolescencia, 29 años en la adultez joven y 38 años en la adultez.
Los investigadores descubrieron que los hombres de las encuestas que mostraban una forma de expresión de género más tradicional o estereotipada eran menos propensos a haber hablado con un profesional de la salud sobre esos riesgos. Incluso si estos hombres habían sido diagnosticados, era menos probable que dijeran que estaban tomando medicamentos para tratar esos problemas.
Los factores de riesgo estudiados, como la presión arterial alta o la diabetes, son problemas de salud que generalmente se detectan a través de exámenes rutinarios en la atención médica básica. No está claro por qué los hombres con esta expresión de género son menos propensos a recibir un diagnóstico o tratamiento. Podría ser porque no se hacen las pruebas, no prestan atención a sus diagnósticos, o porque minimizan los problemas de salud cuando se les pregunta, sugiere el estudio.
Aunque la investigación no encontró una relación directa entre las características físicas relacionadas con el riesgo de ECV (como mediciones biomédicas) y la masculinidad en adultos de 32 a 42 años, sí identificó que las presiones socioculturales asociadas con la masculinidad (como la necesidad de ser fuerte, independiente y no vulnerable) están relacionadas con la falta de diagnóstico y tratamiento de los problemas cardiovasculares en los hombres.
"Nuestra hipótesis es que las presiones sociales están generando diferencias de comportamiento que afectan los esfuerzos de mitigación del riesgo cardiovascular, lo cual es preocupante porque podría conducir a peores resultados de salud a largo plazo”, dijo Glasser. Los autores creen que esto muestra una oportunidad perdida para prevenir problemas graves de salud cardiovascular en el futuro.
Muchos de los esfuerzos para abordar las disparidades de género en materia de enfermedades cardiovasculares se han centrado principalmente en los factores asociados con la detección y reducción inadecuadas del riesgo entre las mujeres. Aunque eso sigue siendo necesario, los hallazgos de los investigadores sugieren que también se necesitan más esfuerzos para descubrir mecanismos pasados por alto por los cuales las presiones socioculturales en torno al género pueden precipitar la morbilidad y la mortalidad prevenibles por estas enfermedades entre los hombres.
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